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miércoles, 29 de diciembre de 2010

El dinosaurio está vivo y habló


El miércoles Jorge Rafael Videla fue sentenciado a perpetua por segunda vez en 25 años. Antes desarrolló un alegato con siete mensajes políticos dirigidos al Gobierno y a la sociedad argentina.

Por Martín Granovsky

Al final tenía razón Susana Giménez. Ella preguntó una vez si un dinosaurio estaba vivo y se le rieron. Y resulta que esta semana apareció un dinosaurio vivo. Se llama Jorge Rafael Videla, tiene 85 años, era general hasta que fue degradado y acaba de recibir su segunda condena a reclusión perpetua en 25 años. En su alegato de defensa repitió antiguas falacias de la Guerra Fría con un condimento actual. “Ni sé si esta guerra, sin medios violentos, ha terminado”, se preguntó.

A principios de octubre de 1975, el entonces presidente interino Italo Luder, a cargo del Estado porque Isabel Perón había pedido licencia, convocó a los comandantes generales. Videla ya era jefe del Ejército. Este es el recuerdo que acaba de elegir para narrar ese momento: “Debí exponer y dije que habiéndose agotado la instancia de represión a cargo de las fuerzas de seguridad y la inoperancia de la Justicia, que por temor no había dictado ni una condena, parecía llegado el momento de apelar al uso de las Fuerzas Armadas para combatir el terrorismo subversivo”. Y agregó: “Eso implicaba reconocer un estado de guerra interna”. Para continuar, en un párrafo que conviene leer más de una vez: “Las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para reprimir. No disponían de balas de goma, balines, carros hidrantes. Pero fundamentalmente no tenían entrenamiento para reprimir sino para hacer la guerra, en donde se muere o se mata”. Es decir que como no estaban preparadas para reprimir, mataron. Según Videla, Luder dio su acuerdo y el país se dividió en zonas bajo la responsabilidad de las Fuerzas Armadas.

Es bueno aclarar que cuando Videla habla de “guerra” no resulta muy preciso. Pero en general parece referirse a la guerra como una acción entablada por un enemigo que instaló “un conflicto bélico interno de profunda raíz ideológica y fomentado de manera internacional”. Esa guerra, según él de carácter “irregular”, esa guerra de cuyo fin tiene dudas ahora el dinosaurio, abarcó “operaciones militares” que “hicieron crisis en 1975 y 1976 y comenzaron a declinar a fines de 1977”.

Videla habló antes de que el miércoles último fuera condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N0 1 de Córdoba por asesinatos y tormentos cometidos entre abril y septiembre de 1976. Ya había sido condenado a perpetua en el Juicio a las Juntas de 1985. Aquella sentencia de hace 25 años está firme porque en agosto la Corte Suprema declaró inconstitucional el indulto con que el ex presidente Carlos Menem benefició al dictador en 1990. Así, Videla tiene hoy dos perpetuas.

Siete novedades

El alegato fue impactante. Quienes recuerden, por edad, el tono de voz de Videla desde su anticipo del golpe de Estado en la Navidad de 1975, entonces un teniente general de 50 años, hasta sus discursos como presidente de facto entre 1976 y 1981, habrán notado que el timbre vocal suena idéntico pese al tiempo transcurrido y las canas. El resto puede constatar, en el YouTube o en www.eldiariodeljuicio.com.ar, el excelente site de H.I.J.O.S. filial Córdoba, que el tono de lectura fue firme y pausado. El ex general que en el juicio de 1985 fingía indiferencia ante la justicia humana leyendo textos sobre la guerra santa, esta vez lucía erguido.

¿Cuáles son las novedades que incorporó el dinosaurio en su alegato de Córdoba?

En primer lugar, los destinatarios: la sociedad argentina y “su juventud manipulada por la desinformación”.

También su idea primitiva de que existiría una continuidad demoníaca inmune al paso de la historia: “En aquellos años se decía que cuando llegue el tiempo de la política y sobrevenga en ellos (en los generales) el temor porque no saben practicarla, será el momento de derrotarlos porque no saben manejarse en ella. No hay duda de que cumplieron su palabra porque hoy gobiernan. No necesitan de la violencia porque ya están en el poder e intentan implementar un régimen marxista de base gramsciana anulando las instituciones”.

En tercer lugar, su autodefinición como “preso político”. ¿Quiénes lo mantienen preso? “Quienes después de ser militarmente derrotados se encuentran hoy ocupando los más diversos cargos del Estado.”

Cuarto, la noción de que existe sobre la década del ’70 “una versión sesgada de la realidad”.

Quinto, la justificación del robo de bebés cuando habla de la forma de operar del ERP y Montoneros: “Estos jóvenes cumplían de día sus funciones como estudiantes, hijos, obreros, y de noche, con una pastilla de cianuro y un arma escondida a veces en coches cuna, acompañados por sus parejas generalmente embarazadas para ser usadas como escudo, asaltaban, ponían bombas, etcétera”.

Sexta idea, la incorporación abierta de Sudáfrica como un país clave en medio de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética desatada después de la victoria de los aliados contra el nazismo en 1945. Dijo Videla: “Existían dos agrupamientos antagónicos desde el punto de vista ideológico. La imposibilidad de la destrucción masiva y simultánea dio lugar a la Guerra Fría y su equilibrio inestable, que nadie se atrevió a romper. La URSS ideó un subterfugio para romper ese equilibrio, alentando en Sudáfrica y en Sudamérica la toma del poder en aquellos países mediante formas violentas. La Argentina no fue ajena a esa situación”. La Marina, mientras estaba conducida por Emilio Eduardo Massera, el Mengele de los experimentos políticos, tomó a la Sudáfrica del apartheid como un aliado natural y concibió el territorio sudafricano como un aguantadero para el relax y los negocios de las patotas de la Escuela de Mecánica de la Armada, incluyendo por cierto al propio Alfredo Astiz. Es posible que el alegato de Videla marque la primera vez en que un jefe no perteneciente al ala masserista recuerde a la Sudáfrica de aquel momento dentro de una concepción estratégico-militar internacional de la que la Argentina formaba parte.

Y séptimo, la idea de que el terrorismo “es un crimen contra la humanidad”.

El comunista italiano Antonio Gramsci murió en las prisiones de Benito Mussolini en 1937. Mientras el Vaticano inventó la versión de que Gramsci pidió la extremaunción antes morir para atenuar su laicismo radical –-aplicable contra cualquier dogma, religioso o político–, distintas caricaturas del marxista italiano intentaron que perdiera su riqueza. Gramsci, por ejemplo, tenía claro que un Estado moderno debía limitar el poder del Vaticano pero a la vez advertía contra un anticlericalismo bobo y recogía los valores colectivos que muchos trabajadores mantenían como herencia, aún, del cristianismo primitivo.

En la Argentina, la caricatura que fue dibujando la extrema derecha integrista pintó un Gramsci astuto animando desde el más allá la conquista de las mentes y la toma del poder desde dentro de las instituciones. Como se ve, ese identikit simplote se conecta en estos tiempos con un republicanismo conservador que ya decretó, en la Argentina, la muerte institucional a manos de un populismo que demuele todos los días un artículo distinto de la Constitución.

El escrito que leyó Videla toma en cuenta esta dimensión y le suma un hilo argumental. Si los marxistas gramscianos que hoy gobiernan ya tomaron las instituciones y las liquidaron, esas instituciones no son legítimas. Naturalmente, Videla no tiene en cuenta el papel de una Argentina que vota y debate, pero no hay por qué pedírselo al primer presidente de un gobierno tiránico que hasta se autoasignó un papel fundacional en la transformación definitiva de la Argentina.

Al costado de ese hilo que procura quitar legitimidad y legalidad a la democracia, la mención del terrorismo como autor de crímenes contra la humanidad no suena ingenua. Tal vez apunte a sembrar sospechas que tiendan a igualar al Estado terrorista con la guerrilla, pero un juez debería probar que la guerrilla cometió actos masivos y sistemáticos de violaciones de derechos humanos contra la población civil. Más allá de la valoración histórica, política y moral que cada uno tenga de la guerrilla argentina, sus actos no se asemejan a los del Khmer Rouge camboyano o a los peruanos de Sendero Luminoso con sus matanzas de campesinos. Por otra parte, cuando las Fuerzas Armadas asumieron el poder, el 24 de marzo de 1976, Montoneros no tenía poder de fuego más allá de la posibilidad de cometer atentados y el Ejército Revolucionario del Pueblo ya había sufrido una masacre decisiva cuando fracasó en el intento de tomar el regimiento Viejobueno de Monte Chingolo, a fines de 1975.

La Guerra Fría

Quizá con la colaboración de algún periodista o abogado, o con la ayuda de alguien que reúne ambas asimetrías a la vez, Videla trató de presentar un esquema simple de aquellos años. Fue didáctico hasta el esquematismo cuando colocó a la Argentina viviendo su guerra dentro de la Guerra Fría. Como toda lectura tosca de la Guerra Fría –y conste que también hay lecturas toscas desde la izquierda, con la gran diferencia de que éstas no desembocaron en el terrorismo de Estado– el enfrentamiento entre Washington y Moscú aparece totalizador y omnipresente. Berlín oriental y Viena habrían tenido el mismo nivel de importancia que Tucumán o Villa Ortúzar.

La escala mundial le permite a Videla utilizar la misma sencillez aparente para describir fenómenos que sí merecen puntualizaciones más exactas. Dice en un momento: “A mediados de la década del ’70 los elementos terroristas habían proliferado. A ellos se sumaban las guardias sindicales y la Triple A, que operaba bajo la conducción de José López Rega”, ministro de Bienestar Social de Juan Perón y, a la muerte del líder, el 1 de julio de 1974, influyente secretario privado de Isabel Martínez.

Sin embargo, la guerrilla estaba en declinación y no en auge en 1975. Incluso su único ejercicio rural de entonces, encarnado por el ERP en Tucumán, terminó en un experimento de represión por izquierda que abarcó como blancos a los propios guerrilleros y a cientos de dirigentes sindicales sin relación con ellos.

Es cierto que los grandes sindicatos, como la Unión Obrera Metalúrgica, dispusieron de grupos organizados, pero su poder letal ya iba disminuyendo en el segundo semestre de 1975, justamente porque las diversas vertientes de la izquierda estaban diezmadas o en franca derrota.

En cuanto a la Triple A, sus comandos articulaban con el grupo de comisarios que dependían del jefe de Policía de Isabel Perón, el general Albano Harguindeguy, luego ministro del Interior de Videla. También la Triple A reduciría su intensidad a fines de 1975, en parte porque José López Rega había sido obligado a alejarse del país tras la tarea cumplida y en parte porque ya estaba claro que a la etapa de represión dispersa le seguiría una etapa de represión sistemática del mismo modo que, en economía, el intento ultraliberal de Celestino Rodrigo en 1975 sería continuado por un proceso de concentración y financierización persistente en 1976.

Videla, uno de los jefes políticos de aquella tiranía con vocación sistemática, terminó su alegato expresando su deseo de que la Argentina sea un país “reconciliado y pujante”.

El tribunal estableció que debe cumplir su condena en una cárcel común. Un lugar apropiado para profundizar sus conocimientos sobre la Guerra Fría y la guerra santa mientras, como el resto de los jefes, espera cumplir su objetivo: morir en medio del pacto de silencio, llevándose sus secretos a la tumba.

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