La condición humana es de naturaleza trágica en tanto entrecruzamiento conflictivo del amor y del odio, del cuidado y de la agresión, de solidaridad y egoísmo. De esta dualidad dura está hecha la historia de cada individuo y de la humanidad toda.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, esta dicotomía trágica tiene dos sentidos: o la salida ética, donde la producción de verdad fundamenta justicia, o el callejón ciego donde el síntoma, ahogado en el ocultamiento famiiar y cotidiano, apaga su evidencia develadora, para volver a surgir como grito mayor en la alienación oligotímica, el sufrimiento nuerótico, la perversidad violenta o el delirio psicótico.
Cuando el escenario de la producción sintomática, tiene la magnitud de lo que nos convoca en esta mesa: "los derechos humanos", quien se afirme psicoanalista o lo es, y hace justicia, o no lo es y a sabiendas o no, hace complicidad. Según la circunstancia puede incluso hacer algo más siniestro aún. No en vano introduzco este término de tradición freudiana: lo siniestro.
Freud trabaja este concepto en profundidad. Lo siniestro es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo antiguo, a lo familiar.
Por de pronto- y no me extenderé en esto- el vocablo alemán heimlich que significa familiar, se transforma con el agregado de un prefijo de negación en "un heimlich" algo así como infamiliar o más precisamente oculto o secreto, concretamente siniestro.
Lo siniestro siendo familiar es al mismo tiempo aquello dentro de lo cual uno no se orienta, algo promotor de incertidumbres. En lo siniestro convergen los sentidos antiéticos de secreto y familiar.
Además Freud recoge en el diccionario de Sanders, entre otros significados, el siguiente: "mantener algo clandestino ocultándolo para que otros no sepan de ello y acerca de ello".
En estas familias algunos personajes "están en el secreto", el secreto les es familiar e incluso les confiere poder. El resto de la familia, de acuerdo a la naturaleza de lo oculto, suele sufrir sin saberlo a ciencia cierta, las consecuencias de la malignidad infiltrante de lo que les es oculto. Se convive con algo que se ignora aunque se lo presiene inquietamente. Se puede sumar a lo oculto la propia negación frente a lo extraño. Comienza así a surgir el efecto siniestro.
El único remedio posible contra la malignidad de lo siniestro es el develamiento de aquello que lo promueve, simultáneamente al establecimiento de un nuevo orden de legalidad familiar. Aún dentro de lo doloroso de esta explicitación, de este hacer justicia, la verdad operará como incisión para drenar, aliviar y curar el abseso de lo siniestro.
Los ejecutores de lo siniestro, los que están en el secreto, se mantienen en cierta forma insensibles a los efectos de lo horrendo. Ellos mismos son lo siniestro, sobre todo si logran la impunidad que pretenden.
Esta impunidad confiere poder sádico, poder fascista. Hasta pueden elaborarse doctrinas y argumentos que intenten validar lo invalidable. Esto ocurre sobre todo cuando el escenario de lo siniestro traspasa los límites de una familia y cobra la dimensión de la sociedad.
Los efectos siniestros dependen pues del lugar que se alcanza con relación a lo oculto. Así los responsables directos y cotidianos del horror que atravesó el país en los últimos años, no sólo lograba impunidad desde el ocultamiento, sino que ese ocultamiento garantizaba eficacia paralizante sobre la comunidad. En esto radica la metodología de la desaparición de personas sumado al horror de sus tormentos.
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