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jueves, 20 de enero de 2011

La eterna presencia, por Osvaldo Bayer.


En el genocidio no hay patria, no hay lugar, es el acontecimiento como brecha en el tiempo, donde ya nada podrá volver a ser como era. La degradación del hombre llegado el infierno. Y es esta condición de genocidio la que obliga a reflexionar de manera diferente obligados por el agotamiento de todas nuetras categorías tradicionales.
Como señala Hannah Arendt, han pulverizado literalmente nuestras categorias de pensamiento político y nuestros criterios de juicio moral.
Siguiendo a Nicolás Casullo, Genocidio, entonces, es tanto falta, ausencia, aniquilación violenta de lo humano; de una aniquilación genocida, bélica, con sus lugares, con sus voces, con sus escenas, con sus cuerpos y mundos ausentes de toda escritura.
Como muchos saben, el concepto de desaparecido es una figura singular de nuestro país. La implementación de la no aparición como método de exterminio político es, precisamente, aquello que no tiene traducción. Y es, además, un término que más allá del paso de los años, del lugar de la historia y de las memorias construidas, tendrá en su no-cuerpo, en la negación arbitraria y cobarde del asesinato, en su conformidad inconclusa, la marca del tiempo permanente. Suspensión del tiempo, la desaparición de personas es, en tanto presencia-ausencia, la eterna presencia.

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